AGO 212016 Ha sido evidente la repulsa que genera en un amplio sector de la clase gobernante todo lo que huela o deje entrever sospecha de populismo. Casi toda intervención del Estado para regular la economía que tenga como propósito el cuidado de los sectores empobrecidos es tildada de populismo. El axioma de que deben ser las solas fuerzas del mercado las que regulen los precios de las mercancías y que la intervención mínima del Estado en la economía es lo ideal, son los postulados que han dado orientación a las políticas públicas de las últimas décadas en el país. Por eso, cuando en días pasados el presidente Peña decretó bajar el precio del kilo de gas, la medida no sólo sorprendió a los gaseros quienes echaron rayos y centellas, igual ha sorprendido a muchos porque la acción es atípica a las creencias económicas del grupo gobernante. Pero ciertamente no se trata de una modificación de sus postulados de fondo, no estamos viendo la capitulación del neoliberalismo y su programa económico, lo que ocurre tiene que ver con una maniobra política coyuntural: maniobrar para recuperar algo de la popularidad perdida en las últimas semanas y la que se acumularía por los magros resultados de la política deportiva en los juegos olímpicos de Río 2016. El decreto fue calculado con frialdad política. Lo que se explicó en los medios de comunicación acerca de que el decreto de reducción del precio beneficia directamente a más del 90% de la población y que los más favorecidos son los sectores medios y empobrecidos, devela el propósito: ganar la simpatía de los sectores más castigados por el estancamiento económico del país y sobre todo por el impacto inflacionario del reciente incremento a los precios de las gasolinas. El atípico decreto nos indica que tratándose de la preservación del poder, quienes nos gobiernan están dispuestos a hacer a un lado sin rubor sus principios con tal de seguir ejerciéndolo. La popularidad bien vale una chance de populismo, podría decirse parafraseando a Enrique IV de Francia. Si el gobierno del Peña Nieto está dispuesto al desliz populista para elevar los indicadores de aceptación social ya lo veremos arrebatando algunas banderas de sus opositores a los que siempre calificó de "populistas" para dar pan a los electores y apuntalar a favor de su delfín las simpatías, aunque esas acciones sean fugaces y no representen transformaciones de fondo, ni mucho menos la capitulación del programa neoliberal. Será el único recurso que le quede, siempre y cuando este no le genere -como podría ocurrir-, una nueva crisis de gobernabilidad a inaugurar con los sectores del poder económico afectados por dichas medidas. Pues no se mira que desde el gobierno se tenga contemplada una modificación de la estrategia económica como tampoco la intención de hacer cambios en su gabinete a pesar de los malísimos resultados que le está dando. A punto de iniciar el tercer tramo de su administración el gobierno de Peña Nieto aparece atascado y sin un proyecto para salir de él. Sus respuestas más de tipo coyuntural y a bote pronto no le están alcanzando para sobreponerse al desgaste y a la desconfianza que los mexicanos le prodigan. Los conflictos se le encabalgan, la economía se le desdibuja, los resultados se posponen, y en lugar de caminos alternativos parece ofuscado en el discurso que alimentó hace 4 años el proyecto del Pacto por México y las reformas estructurales, a pesar de que esa narrativa haya perdido la fuerza de entonces. Si su capacidad de maniobra se reduce a un desliz populista para recuperar popularidad, eso no será suficiente para seguir gobernando exitosamente al país. |